El emplazamiento del proyecto era un solar de gran potencial por su ubicación junto al mar y su prominencia, pero no exento de dificultades de carácter topográfico, geométrico y urbanístico. Topográficamente la pendiente suponía como casi siempre un desafío en relación con la accesibilidad y el volumen aparente de la construcción. Geométricamente la parcela es muy alargada y estrecha, y a ello se unía una normativa urbanística que relacionaba el retranqueo elegido con la altura máxima admisible, lo que obligaba a forzar aún más el carácter lineal de la edificación. De estas premisas surgió la proporción y la ubicación de la vivienda dentro del solar, que tiene un frente de anchura estricta orientado directamente hacia la costa, pero al mismo tiempo se aprovecha del hecho de que la fachada lateral hacia la calle Naranjo, sin tener una orientación tan directa hacia el mar, sí permite una visión nítida del mismo. A partir de ahí surge un juego de dobles direcciones, que se hace particularmente patente en la planta primera: la banda de circulación y el dormitorio principal siguen la orientación determinada por la forma de la parcela, y se enfrentan directamente a la playa. El dormitorio principal se configura además como un enorme voladizo que constituye el elemento más dramático de la composición. El resto de dormitorios y estancias de esa planta busca una orientación sesgada respecto a la anterior que resulta ser el Sur estricto, ideal desde el punto de vista climático. Y de esta forma se manifiestan como las branquias (también voladas) de una especie de escualo que se apresurara a retornar al mar.
Los vuelos tanto del dormitorio principal como de los secundarios generan en planta baja la sombra tan necesaria en ese lugar, de manera que sala de estar y cocina, con sus correspondientes extensiones exteriores, son esencialmente los espacios resultantes de elevar los dormitorios por encima del nivel del suelo.
Ese juego de dobles direcciones encuentra su conclusión en la fachada del acceso a la vivienda, opuesta al mar, donde se produce un desdoblamiento de volúmenes que contienen, por un lado la habitación de los nietos de la familia (que mantiene la dirección dominante de la parcela) y por otro el estudio del propietario, que manteniendo su frente acristalado en estricta orientación Sur, parece apuntar hacia el acceso a la parcela. Le acompañan en planta baja la zona de servicio de la vivienda, algo rehundida en el terreno, y la rampa de acceso al garaje que busca la esquina del solar más alejada del mar para evitar que el coche enturbie la plácida contemplación del mar.
El carácter lineal de la edificación permitió encajar de forma natural en planta sótano una calle de nado interior, uno de los requisitos del cliente. Para proporcionar luz natural a esa estancia se dispuso paralelamente a ella una triple altura que vincula visualmente los tres niveles de la edificación y se concibe como un auténtico jardín interior, haciendo que las circulaciones en la dirección mayor de la casa se perciban como un paseo por el parque, un paseo en el que la visión poco deseada de las edificaciones vecinas se tamiza mediante un damero de vidrio traslúcido, un paseo que en definitiva puede rematarse con la contemplación del mar en toda su extensión, o en particular con la visión sugerida del cabo de Gata, a través de una ventana singular que se gira para mostrarnos la ubicación de ese lugar.
Material y constructivamente hay un dominio absoluto del blanco y del vidrio, así como una búsqueda de la mayor limpieza de detalle posible. Al exterior sólo unos pocos acentos se resisten a esa lógica, como la ventana que nos mostraba la posición del cabo de Gata, y al interior el único contrapunto lo representa el pavimento. El mobiliario integrado, los panelados que integran puertas de paso, los foseados que ocultan la carpintería de aluminio son, entre otras, las estrategias que buscan la mínima distracción frente a la contemplación directa del mar, como si eso fuera todo lo que se necesita para vivir en esa casa.